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Mario Vargas Llosa: “El premio Nobel no me ha convertido en una estatua”

Hace diez años, cuando te dieron el Nobel, dijiste “yo no quiero ser un muerto en vida, no quiero ser una estatua”, medio siglo después, te pregunto, ¿crees que has evitado que el Nobel te enterrara en vida?

Una de las dificultades que tiene quien recibe el Premio Nobel de Literatura es demostrar que después de ese premio está vivo. Es un premio que tiende a enterrar, a convertir en estatuas a los escritores, como si realmente ya hubiera acabado su experiencia literaria y vital. Desde luego, el Premio Nobel implica algunos compromisos con universidades, con ferias, de tal manera que durante algunos meses uno está ocupado, pero creo que la idea general que existe es que si alguien recibe el Premio Nobel de Literatura, de alguna manera su carrera literaria ha terminado. Entonces, si uno esta vivo todavía, se siente muy desmoralizado y trata de demostrar que eso no es verdad, que existe una vida literaria después del Nobel, que uno puede seguir escribiendo. Es decir, que está vivo todavía. Bueno, yo creo haberlo demostrado, ojalá no me equivoque. No me siento un cadáver después del Premio Nobel.

Todos tenemos la necesidad de contar nuestras vidas. Los escritores también necesitan contar historias. ¿Por qué necesitamos contar historias?

Yo creo que, a diferencia de los animales, los seres humanos somos capaces de salir de nosotros mismos, de nuestra propia historia e imaginar otras historias. Creo que es, probablemente, la tradición más antigua de la humanidad.

Allá en el fondo de los siglos, nuestros viejos ancestros, después de esos días difíciles, se reunían, generalmente en cavernas, al rededor de una fogata, y ¿qué hacían? Se contaban historias. Era una manera de superar las enormes dificultades de esa vida difícil, llena de riesgos, de un mundo que significaba sobre todo peligros. Creo que salir de sí mismos, imaginar un mundo distinto de tal como es, los animaba, los estimulaba y era también la fuente del progreso.


Era una manera de adelantar aquello que con nuestro esfuerzo iba a ir sucediendo. Y creo que eso es una de las grandes funciones de la literatura, imaginar un mundo distinto del mundo tal como es, ahora, entre nosotros, y de alguna manera crear el incentivo para que a través de nuestro esfuerzo o a través del desarrollo de las actividades técnicas y científicas ese mundo vaya cambiando, vaya evolucionando (…). En ese sentido, la literatura ayuda a formar ciudadanos, díscolos, insumisos, ciudadanos que no se resignan a vivir tal como se vive porque aspiran a algo distinto y superior.


Escribiste hace algunos años Los cuentos de la peste, inspirada en Decamerón, de Boccaccio, obra en que un grupo de jóvenes en Florencia se refugian en las afueras, para contar historias. A ti te ha tocado una peste. ¿La literatura en tu vida de escritor ha sido una forma de refugio, y en ese caso, frente a qué?

Sin ninguna duda. La literatura es una manera paralela de vivir en un mundo de fantasía, en un mundo de historias, de personajes inventados, creados. Para mí ha sido absolutamente fundamental esta operación literaria, que es la de leer (…). Creo que al vivir esta pandemia, con la sorpresa con que la ha vivido todo el mundo, teníamos la sensación de que habíamos dominado a la naturaleza y que nada podía sorprendernos ya y sin embargo qué equivocados estábamos. Ha sido una manera de inmiscuirme mucho más en la literatura de lo que antes estaba (…). He vuelto a leer muchísimas horas, como lo hacía de niño y ha sido una experiencia realmente incomparable y ha servido no solo para leer libros nuevos, sino también para releer libros antiguos.

La República

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