Luego una múltiple descarga de fusilería acabaría con su vida, en el entonces callejón de Petateros, hoy pasaje Olaya, ubicado frente al Palacio de Gobierno en la plaza de armas de la capital.
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Su delito: abrazar la causa de la libertad y actuar activamente a favor de ella, cuando los españoles recuperaron Lima y el gobierno patriota se refugió en el Callao.
Él se convirtió en el necesario enlace entre los patriotas de Lima y el puerto, llevando constantemente cartas y mensajes.
Al ser capturado por el general español Rodil, de sus labios no brotó ninguna palabra para delatar ni traicionar a los patriotas, pese a las crueles torturas a las que fue sometido.
Antes de la descarga del pelotón de fusilamiento con ejemplar patriotismo exclamó: “Si mil vidas tuviera, gustoso las daría antes de traicionar a mi patria”.