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Crisis de gobernabilidad en la Región Lima

Mapa de las 9 provincias que conforman la Región Lima
Mapa de las 9 provincias que conforman la Región Lima

Por: Néstor Roque Solís

Seguridad ciudadana es defender la vida, los bienes y el bienestar de la población en su educación, salud y trabajo. Seguridad ciudadana es desarrollo de capacidades y desarrollo humano. Seguridad ciudadana es promover y facilitar la inversión pública y privada. Seguridad ciudadana es defender con firmeza la ley y no vacilar celebrando una semana, y la otra lloriquear de impotencia escondiéndose de los medios para no mostrar sus incapacidades políticas.

Pero el fracaso no solo es del Gobierno Regional de Lima, sino también de las instituciones públicas: los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, también son responsables de todo el zafarrancho que tenemos en la región Lima con el caso del distrito electoral, sede regional y regionalización.

Uno de los objetivos de modernizar el Estado, es que las instituciones funcionen. Pero cuando funcionarios y clase política no responden a las expectativas, la gobernabilidad se debilita y destruye. Esto hace que la ciudadanía rechace a la clase política y sus gobernantes, como lo demuestran las encuestas nacionales.

Con semejante comportamiento, en vez de construir democracia, lo que hacen los políticos es debilitarla cada día más. La sentencia de la Corte Superior de Cañete ha puesto la gobernabilidad y la administración política en crisis en la región Lima.

En primer lugar, hay que decir que la Constitución es un cuerpo cercenado en el tema de la representación nacional y proceso de regionalización y descentralización. El Presupuesto Nacional para el año 2010 es totalmente centralista y pone al borde de la quiebra a los municipios provinciales y distritales del Perú.

Hoy pasamos de 120 congresistas a 130, pero mañana puede haber 140 o 150, cuando otras regiones exijan igual derecho de acuerdo a su población electoral. La sede regional hoy es Huacho, mañana puede ser Cañete. La constitución y las leyes se hacen de acuerdo a los intereses de la clase política y los gobernantes de turno.

Cuando salga la ley de la repartija de las diez curules aprobadas por el Congreso, vamos a ver como otras regiones con igual derecho van a salir a las calles a reclamar los cupos que les corresponde de acuerdo a su crecimiento electoral. Si Lima Metropolitana se lleva cinco que le faltan de acuerdo a su volumen electoral del tercio nacional, y solo entregan uno para los peruanos residentes en el extranjero que son más de un millón de electores, veremos nuevamente el circo político de nuestros candidatos y gobernantes pidiendo más curules al Congreso vapuleado por la ciudadanía.

La pregunta es saber ¿Cuántos congresistas necesita el país? No se trata de luchar por la cantidad, sino por la calidad de los congresistas. Si elegimos nuevamente mataperros, comepollos, saltapericos, tránsfugas y sacolargos, ya nos imaginamos qué leyes y qué propuestas nos llevarán al Congreso, sancionado según las encuestas a la ciudadanía como el más corrupto del país, al lado del poder Judicial y la Policía Nacional. Que Dios me libre ver a mi país en manos de estos ridículos representantes de la Patria.


Todo esto generado por el zafarrancho de leyes y contra leyes y reformas y contrarreformas a la Constitución Política, que ya parece una coladera de modificaciones intrascendentes, con incumplimiento de sus grandes postulados para la gobernabilidad y el desarrollo del país, que los politiqueros de turno celebran a rabiar en los medios con la plata de todos los peruanos. Cuando las pocas leyes interesantes no se cumplen, otras son mediocres y las demás las pisotean a su regalado gusto, colocando un poco de dólares en manos de quienes tienen la responsabilidad de aplicarlas.

El peligro que amenaza hoy a la democracia no proviene de adversarios que encarnen un declarado ideal antidemocrático. La amenaza procede de quienes reclaman una democracia verdadera, o una democracia real, o una democracia participativa –o con cualquier otro apellido–, y que valoran el método democrático sólo a la hora de competir por el poder, pero que, una vez ganado éste, muestran total desprecio por las reglas democráticas porque controlan el ejercicio y la conservación del poder.

En América Latina existen muestras inquietantes de ejemplos de gobernantes, de derecha y de izquierda, que se comportan como si la Constitución no pasara de ser un objeto disponible para ser modificado a gusto del mandatario y sus políticos en su afán de permanecer indefinidamente en el poder, como si las reglas de la democracia existieran para seleccionar hombres providenciales e inspirados que, una vez instalados en el poder, tuvieran derecho a auto concederse todo el tiempo y pudieran acapararse los medios que consideren necesarios, sean ellos legales o no, para llevar adelante sus desmesurados programas de gobierno.

Las Constituciones de América Latina son unos zafarranchos, todos los gobernantes las quieren a su medida, por esta situación pasa el Perú, Colombia, Venezuela, Ecuador, Argentina y otros, y se olvidan que el país es un territorio democrático y plural, y unitario en su estrategia y visión de desarrollo.

Este tipo de gobernantes regionales y nacionales olvidan que si la democracia es puerta de entrada al poder, lo es también de salida, y que quien accede al gobierno merced a la democracia debe estar igualmente dispuesto a ejercerlo y a dejarlo en nombre de ella. Ésa es la lealtad que la democracia exige a sus partidarios, y con tanta mayor razón a quienes ganan el poder gracias a ella.

El problema estriba en la pandemia de pobreza espiritual y solidaridad que afecta a la mayoría de los políticos, mal que se hace visible en el actuar mezquino que exhiben en todo orden y que se patentiza en sus repetidas declaraciones públicas, tan calcadas todas, tan repetitivas, tan sosas y muchas veces tan demagógicas y estúpidas. Y lo peligroso de la estupidez manifiesta lo que ello revela: subestimación.

Asisto cotidianamente a la vida política de nuestros países por esta maravilla del internet. Nos parecemos mucho con Colombia, Ecuador, Argentina, y en los demás que nos rodean la cosa política, hechura de sus políticos, es la misma. Todavía albergo la esperanza que la aserción «el hombre es un animal político» no se convierta en esta «es un animal en política». Eso sí, seria la tragedia final cuando necesitamos mucha inteligencia y liderazgo para enfrentar con éxito nuestros problemas en la región y en el país.

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